Si alguna vez nos hemos puesto en situación de aprender una nueva lengua, de enfrentarnos al hecho o necesidad de comunicarnos, interaccionar en una lengua distinta de nuestra lengua materna, sabemos de la enorme dificultad que esto entraña. Esta situación es comparable y, por ende, recomendable para entender la tormenta de emociones y frustraciones que sufren aquellas personas que por una razón u otra se trasladan a otro país o lugar con otro referente lingüístico y cultural distinto del propio, que deben integrarse en el medio escolar, laboral, social. De algún modo, se trata de “ponerse en los zapatos” de aquellos que buscan oportunidades en otro lugar, incluso para la mera supervivencia. En este sentido, aprender otras lenguas es también una oportunidad para educar en ciudadanía; teniendo en cuenta que en el siglo XXI no se pertenece a una sola nación o país.
No obstante, todo apunta a que, a pesar de las dificultades, vale la pena el esfuerzo. Desde siempre, pero, especialmente ahora, en el mundo interconectado y global en el que vivimos, aprender un nuevo idioma se ve favorecido por el surgimiento de la comunicación transnacional gracias al desarrollo de las tecnologías de la información y la comunicación y la Internet.
En consecuencia, el aprendizaje de otras lenguas es una oportunidad que tiene su valor en términos materiales (certificaciones, títulos, currículo, mejora de oportunidades laborales, …), pero que, además, tiene otras implicaciones y repercusiones de carácter intangible o inmaterial: aprender lenguas diferentes nos permite expandir nuestro conocimiento y comprensión de otras personas y su cultura, incluyendo el de nuestra propia gente y cultura, creando así una experiencia de vida más enriquecida, con una mayor sensibilidad social que permite una toma de perspectiva más amplia y empática.
Del mismo modo, como afirman los neurocientíficos, aprender lenguas también cambia nuestro cerebro dotándolo de una mayor flexibilidad para desarrollar diversas habilidades mentales .Aprender cualquier cosa ya produce cambios, aunque sean poco significativos, pero tal y como afirma John Grundy (2020), investigador especializado en bilingüismo y cerebro, aprender un idioma lo hace muy rápido y en mayor medida al provocar una neuroplasticidad extensa en el cerebro. Dicho de otro modo, cuando se aprende una nueva lengua el cerebro se reorganiza estableciendo nuevas conexiones y nuevos caminos, haciéndolo más eficiente, como demuestran numerosos estudios ,por no hablar de otras mejoras como el mayor desarrollo de la empatía o la prevención de la demencia a más largo plazo .
Luís Miguel Miñarro López
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