Bum.
Bum, bum.
Un latido tras otro es lo que oía Relojero en la pequeña
trastienda de su taller mientras que llevaba a cabo cada uno de los arreglos
encargados a viejas joyas o relojes. Tenía que soportar las pulsaciones de
tantos tristes corazones almacenados en pajareras individuales que abarrotaban
las estanterías. Ellos también esperaban su reparación.
Bum.
Relojero era relojero de profesión, como tantos otros
entonces. Todo el pueblo le conocía por sus buenas tarifas en reparación de cachivaches.
Sin embargo, sólo una minoría de aquella pequeña sociedad conocía sus otros
servicios. Relojero también reparaba recuerdos, aquellos que almacenábamos en
nuestros corazones.
Bum.
Relojero conocía a El Tiempo, conocía cómo trabajaba y cuán
cruel era. Tiempo era responsable de alargar nuestros momentos duros y acortar
los más felices, de que perdiéramos a nuestros seres queridos, nuestras
esperanzas. Relojero, tras años luchando contra él, ya se hallaba solo. No
obstante, en vez de perecer lentamente como el resto de los humanos, él había
encontrado apoyo, fuerzas para seguir, en una lucha iniciada. Una lucha contra
El Tiempo.
Bum.
Así pues, Relojero ejecutaba su venganza contra Tiempo
haciendo lo que nadie tenía que hacer: manipularlo. La gente acudía a él y le
dejaba sus corazones en sus manos, con la esperanza de recogerlos pasado un
tiempo pudiendo revivir ciertos recuerdos, o incluso modificarlos. Relojero,
aún sabiendo cuán peligroso era esto, luchaba contra las imposiciones de Tiempo
dando a otros lo que él no había podido tener: Más tiempo.
Bum.
Pero Tiempo se cansó de que Relojero intentara parar su
juego. Con una fuerte corriente de viento hizo caer todos los corazones que
esperaban arreglo. Le llegó unas frases susurradas de Tiempo: No vale la pena variar esta cadena que es el
tiempo ya pasado. Cambiar un segundo altera una vida entera, y aunque puedas
nunca quieras, pues no es lo que hacer debieras. Después de escuchar esto
no escuchó nada más. Los corazones habían parado, y con ellos la vida de sus
dueños. Relojero supo cuál sería el siguiente en enmudecer. Pensó que, al fin y
al cabo, todos tenemos un final predeterminado que ni él podría haber cambiado.
Un silencio mortal inundó el taller.
Lucía Carrasco Ribelles
1º Bachiller B
Bum.
ResponderEliminarLucía, no hay silencios así en este blog.
Bum.
Precioso cuento. Te doy mi tiempo. No dejes de escribir, no...
Qué historia más chula!
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